Sobre la prohibición de la libertad en salud mental
Un recorrido sobre la restricción social de la libertad en la salud mental del sujeto.
Nosocomio llamaban los griegos a los hospitales en general. Nósos es enfermedad y komáo es cuidar. Un nosocomio era, entonces, el lugar donde cuidan enfermos. La palabra manicomio significaría, por analogía al sustituir el primer elemento por manía, que significa locura, lugar donde cuidan locos.
El manicomio es planteado como una estrategia social para regular la locura, debido principalmente al predominio de la tendencia moral individualista del burgués. Surge en la modernidad y su proyecto central era imponer la razón como norma trascendental de la sociedad. Esta realidad dio lugar a “el gran encierro”, que significó la segregación y exclusión de todo aquello que “afeaba” o “contaminaba” el espacio público (entre los que se incluían prostitutas, locos, pobres, débiles mentales, extranjeros, etc.).
M. Foucault[1] sostuvo que en este período se dio un tipo particular de ejercicio del poder, que denominó “poder disciplinario”, cuyo objetivo esencial era el control de los cuerpos individuales, para normalizarlos y hacerlos “útiles y dóciles”. Con esto se buscaba incrementar la fuerza productiva y el rendimiento del cuerpo y disminuir la fuerza política.
Este poder es ejercido desde diversas instituciones. De esta manera, la norma se automatiza y acaba por interiorizarse – como lo expresó S. Freud[2] sobre la instancia que nos regula desde el interior predominantemente bajo la forma de sentimiento de culpa -.
Con la norma se pretende homogeneizar, ya que la dominación se hace posible a partir de la igualación y masificación de los sujetos. Y es justamente eso lo que sucede en el manicomio, los sujetos dejan de ser sujetos, dejan de ser padres, hijos, abuelos, van perdiendo su individualidad, se desubjetivizan y pasan a ser un resabio que la sociedad castiga por ser en realidad lo que rechaza de sí misma – concepto expresado por E. P. Riviere -.
En la actualidad existe un nuevo modo de operar que H. Arendt llamó “banalidad del mal”, que va más allá del intento de demoler al otro, y es mucho más temible. Está basado en la indiferencia y el desconocimiento de la existencia del otro como persona, y en la ausencia total de un contenido ético en su acción.
A su vez, como dice E. Galende[3], hoy lo raro y lo discordante se transforma en estilos y modas y es objeto de colonización de los medios de comunicación. Se estaría dando una inversión de valores, lo que antes merecía ocultamiento, en la actualidad se manifiesta en la exhibición extrema y en la ridiculización. Así es como hoy tenemos figuras como Zulma lobato o Ricardo Fort. Volvemos a lo mismo, en lugar del encierro, marginamos en el mismo interior de la comunidad, a través de la burla y los medios de ridiculización masiva, que acarrean la exclusión como ciudadano respetado y dignificado.
Si esto que la sociedad rechaza, emerge de la sociedad misma, ¿no sería tarea de todos asumir una respuesta que no esté fundada en el prejuicio y marginación, sino en el compromiso y la participación? De aquí el hecho de que la desmanicomialización no puede reducirse a la desaparición del manicomio como estructura de cemento, sino como estructura de pensamiento.
Para finalizar, trayendo a colación lo expuesto en la declaración de Alma Ata[4], para desmanicomializar es necesario un compromiso entre gobiernos y pueblos, donde el Estado establezca políticas de salud y de seguridad social, haciendo hincapié en la reinserción social, que requiere a su vez, de la creación de redes de apoyo social que sirvan de contención y en la que participen tanto miembros de la comunidad como profesionales de distintas áreas, a partir de un compromiso que se dirija, entre otras cosas, a potenciar los recursos disponibles en los sujetos y en su ambiente, para devolverles la palabra y así, dejen de ser significados por el saber de una disciplina o postulados como bufones del pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario